No podemos cambiar el pasado. Podemos aprender de él o no hacerlo pero nadie puede cambiar el pasado simplemente porque ya pasó.

La semana pasada reflexionamos sobre los estados de ánimo, con los que nos cerramos posibilidades de acción. El resentimiento nace de una conversación personal a partir de la cual entendemos que se ha producido una injusticia. Esta injusticia fue provocada por alguien que o bien nos negó algo que moralmente entendíamos que merecíamos o se interpuso evitando que consiguiéramos algo que declaramos como nuestro gracias a los méritos demostrados.

Este resentimiento podría asemejarse a una ira contenida y no expresada en una conversación abierta con quien ha provocado, a nuestro entender, este estado de ánimo.

El resentimiento bebe de la fuente de las promesas y expectativas no cumplidas y que consideramos como legítimas. Cuando a nuestro parecer, alguien no se hizo cargo de una promesa en la que estábamos involucrados es fácil que emerja nuestro resentimiento.

Curiosamente las personas que se sienten resentidas viven la dualidad de, por un lado, oponerse a la situación actual que les tiene así y por otro, a dar por seguro que nada pueden hacer para solucionar esa situación, con lo que se sienten atrapadas.

Sin lugar a dudas el resentimiento florece indiscriminadamente en contextos donde reina el miedo. No hay alegría ni atisbos de felicidad en las personas que compraron este estado de ánimo.

Y desde el momento que nos negamos a aceptar que perdimos algo, que no obtuvimos lo que merecíamos, cerramos radicalmente la puerta a las posibilidades de acción. El pasado nos atrapa y nos esclaviza impidiéndonos generar oportunidades en el presente. Y posiblemente, peor que todo eso, está el hecho de que nos esclavizamos a la persona con quien estamos resentidos.

Las salidas a las que podemos optar para abandonar este estado emocional en el que estamos inmersos pasan, en primer lugar, por la aceptación de la  situación del pasado sobre la que nada podemos hacer salvo generar un aprendizaje que nos abra posibilidades de futuro.

Igualmente podemos reclamar haciendo pública la conversación privada y comunicándonos asertivamente con la persona que consideramos responsable de la injusticia percibida por nosotros.  A veces sucede que descubrimos que nuestro resentimiento estaba fundamentado en hipótesis infundadas. En otras ocasiones no.

Pero también podemos decidir poner fin con una relación que nos resulta insana y que nos mantiene en esta emocionalidad.

Yo no he visto nunca a una persona resentida sentirse feliz. ¿Merece la pena?Imagen

Alvaro Merino